jueves, agosto 31, 2006
martes, agosto 08, 2006
Retroceder nunca; imponerse, jamás
De adolescente me rateaba con mis compañeros para ir a los videos. Cuando se me terminaba la plata podía pasar unas cuantas horas mirando en silencio como jugaban los demás. Mi favorito fue siempre el Tetris. Tuve otros vicios como el Arkanoid o el Sokobane e incluso el Buscaminas, pero mi verdadera perdición fue siempre el Tetris. Soy de esas que no pueden controlarse y tienen que cortar por lo sano y desinstalar el juego de
jueves, agosto 03, 2006
Las peras del olmo y los peros del alma
Un día, después de una pelea, Rodrigo me juró que valoraba mis esfuerzos. Prometió ser él también más compañero conmigo y ayudarme en la empresa colosal que representaba para mí the blue room, el lugar de la casa en el que solía pasar la mayor parte de mi tiempo. Me emocionó ese reconocimiento repentino, esa buena voluntad que tantos empujones da en momentos de crisis. Y por esa excepción confirmé mi amor, compartida devoción por las causas perdidas. Obviamente, para cuando llegó la hora del trabajo R se había olvidado por completo de la promesa, a tal punto, que se enojó cuando se la recordé, creyendo que le mentía. “Era previsible –pensé. –No se le pueden pedir peras al olmo” ...aunque sería maravilloso que fuera posible esperarlas del peral.
Enfrenté el infierno de la rasqueteada durante uno de los tantos períodos de separación. Escribía frases de Wilde sobre el reboque descascarado e invitaba a los demás a que hicieran lo mismo. Puse “una marioneta fue melancolía” y Jose anotó el horario de Almorzando con crayón naranja. Saqué todos los muebles, los libros -que me parecieron infinitos- mudé la pc a la pieza, desacomodé totalmente el equilibrio de mi precario ecosistema, y después me di por vencida.
Nos reconciliamos y nos fuimos de vacaciones al Sur. Esas vacaciones –no recuerdo ningunas peores– nos convencieron de que la distancia era lo mejor que podía pasarnos. Viéndome paralizada y triste, mi mamá me ofreció contratar a un albañil para que se encargara de lo básico. Entonces llevé a mi habitación más cosas (las del living que corrían riesgo de arruinarse con el polvo, como el equipo de música y la tele) y me pasé los dos meses siguientes encerrada con Juan Ignacio. Él estudiaba acostado en la cama y yo, a su lado, redactaba delirios sobre Dorian Gray.
Los dos aprobamos y el albañil terminó cerecita y revoque. Se suponía que del resto me encargaba yo. Pero como soy tan utilísima, antes de pintar desarmé las bibliotecas y el escritorio para acondicionarlos. Redoblaba la apuesta y cada vez me hundía más en el nopodermiento. La sola idea de lo que faltaba para terminar me extenuaba, y cuanto más imposible me parecía enfrentarla, más complicaciones y requisitos le adicionaba. Y ahí nomás te sacaba también los marcos de las ventanas para lookearlos con una técnica de mil pasos que por una décima de segundo se me revelaba insuperable.