Si no escribo es porque la vida me pasa el trapo, mal. No es que me pasen cosas peores que las que les pasan a los demás, no es tampoco que esté más ocupada, con problemas más serios. Más bien todo lo contrario. Tengo, en el mejor de los casos, los mismos obstáculos mediocres que el resto del mundo. Pero no sé enfrentarlos. En esto tampoco soy original: son pocos los que pueden organizarse, los que toman el chupetín por el palito, los que hacen lo que les conviene en serio, lo que verdaderamente quieren hacer.
Por eso no es escribo. Podría decir que es porque no tengo tiempo pero mentiría. Siempre hay tiempo para perder. La cuestión es que ese tiempo, precisamente, es por definición aquello de lo que no se dispone. Si pudiera decidir en qué perder o malgastar mi tiempo, entonces no lo estaría perdiendo, lo estaría usando mal o bien. En esa pérdida hay una fuerza que trabaja en determina dirección, pero no es la de la voluntad consciente, sino que opera la desapropiación.
No es que yo no reflexione sobre estas cosas. Lo hago casi todo el día. Lo que no puedo es encontrar el momento de sentarme a escribirlas, articular las estupideces que pienso en un post concreto. Por eso no publico. Hay que pensar en estas cuestiones. La gente lo hace sin descanso en sus blogs. Allí se les reprocha que sólo se ocupan de sí mismos. Se les reprocha el haber creado un espacio narcisista, completamente dedicado al despliegue de su propia y desbordada subjetividad. Las opciones que se ofrecen a la primer mirada, las que se dan de inmediato en cualquier fugaz recorrida por la red, parecen ser dos: el blog de crítica, serio y comprometido, o la práctica onanista del diario íntimo, donde los blogers “cuentan sus cositas”.
Yo me pregunto si lo insignificante no es en definitiva todo lo que existe. Quiero decir que siempre hay algo muy chiquito debajo de cada gran medalla. ¿Cuándo las grandes cosas, los temas importantes, dejan de ser las miserias egoístas de cada cual? Ya sé, ya sé, Auschwitz, las guerras, los desaparecidos y tres páginas de etcéteras. Pero dónde, que alguien me diga dónde, los que se preocupan por eso dejan de preocuparse por su propio sufrimiento, por sus propios derechos, por su propio dolor. Con esto no le estoy restando relevancia a nada. Nadie puede juzgar el dolor de los demás, ni mucho menos descalificarlo, sea del tipo que sea. Lo que me intriga es: ¿nos ponemos a lidiar con estas problemáticas porque queremos ser mejores para quién?
El otro día, en clase, se dijo que para nosotros mismos. Que Nietzsche, por ejemplo, hace una crítica de la hominización (proceso progresivo de diferenciación del animal, entre otras menudencias) porque lo que en última instancia le interesa es el devenir del hombre. No sé. Si bien es cierto que salvo Yuri y Dmitri, los animales no se entretienen mucho leyendo al amigo Federico, no es menos cierto que Zarathustra fracasa en su intento de encontrar discípulos humanos. Al final, sólo quedan la bandada de pájaros y el león riente. ¿Hay que reconducir esas figuras, de nuevo, hacia el ámbito del sujeto por más agiornado que se lo plantee? ¿Hay que hacer una lectura simbólica de las bestias del Zarathustra? ¿Hay que pensar así al superhombre?
Me dicen que yo no entiendo. Que la subjetividad es abierta, y que en tanto tal ya contiene a lo otro, a lo diferente. Por supuesto: estamos atravesados por múltiples fuerzas y somos el afuera. Pero no estamos atravesados por todas las fuerzas. Hay algo más. El problema de la animalidad en el hombre no es lo mismo que el problema del animal. No es lo mismo, chicos, por favor.
Y claro, peleamos. Pero yo no tengo ni mucha voz ni mucho voto en ese lugar. Y vengo perdiendo poder retórico. Entonces me fastidio y me callo, indignada. Veo en esa posición una vuelta a lo mismo que me convulsiona, veo el peligro de la total homologación. Se supone que estoy tratando de pensar de qué modo me involucran estas cuestiones, que intento pensar lo otro como otro de verdad. ¿Pero por qué? Si quiero ser mejor (que el Hombre sea mejor) no es también por egoísmo? ¿El altruismo no es acaso un egoísmo enmascarado?
No sé. Llena la blogósfera de gente que denuncia a kosiuko pero sigue calzando nikes hechas con piel de feto sacado de embarazada asesinada para tal fin; llenos los seminarios de gente que, como nosotros, se dedica a la alteridad desde una perspectiva ética, pero que en cuanto te das vuelta te clava un puñal.
Cuando yo me quejo E me dice que así es el mundo. Somos seres violentos. Así hemos sido desde siempre. Nos gusta la violencia. Equis. A veces me pongo a despotricar porque los niños son crueles con los animales. En Adrogué, por ejemplo, los varones trabajan mucho la gomera. Tengo un primo que de chico se entretenía sacándole los ojos a los gorriones. Si me habré agarrado a las piñas con Marcelo… Me acuerdo y me dan ganas de llorar. Los padres lo observaban hacer, impasibles. Qué hijos de re mil puta. E insiste con que en un punto está bien, que es parte de nuestra naturaleza, de nuestra particular animalidad. Yo me quejo, me fastidio, me enojo, dejo de discutir, me indigno, me callo …pero soy igual a los demás. El jueves pasado, en el susodicho seminario, volaron puñales gratuitos. Éramos cuatro o cinco cuando la agresividad se desató con brutal evidencia ante nuestras caras, sin que ninguno dijera ni mu. La triste realidad es que yo, (¡ay!), cómo lo disfruté. No hay argumentos para pelear contra todo esto.