Durante el imsomnio de anoche entendí, otra vez (para muestra no me alcanza ni la botonería entera), qué es lo que me pasa: tiendo al monoteísmo. Aún aborreciéndolo tiendo a él en cuanto me descuido. Si no estoy atenta caigo por el declive odioso de la obsesión y cuando me doy cuenta ya estoy muy lejos, muy abajo en el fondo del abismo, tomada por un único dios. El monoteísmo está en mi naturaleza.
La solución –me digo mientras cierro herméticamente la pieza y busco los tapones para los oídos y el antifaz para que no entre ni el más mínimo rayo de luz porque estoy fóbica A TODO–, es ir más al gimnasio. Sí, sí: más días, más horas, más clases, más peso en las barras, más cansancio y más endorfinas. Eso.
...otra opción sería empezar terapia. Lo que pasa es que el trabajo de autoconvencimiento para encarar la cuestión (¡joder!, ¡otra cosa distinta!) me va a llevar un buen tiempo. Porque claro, arrimarse a la salida, en este caso, es ya salir del problema. Y yo, en un punto, estoy demasiado enamorada del problema.
La solución –me digo mientras cierro herméticamente la pieza y busco los tapones para los oídos y el antifaz para que no entre ni el más mínimo rayo de luz porque estoy fóbica A TODO–, es ir más al gimnasio. Sí, sí: más días, más horas, más clases, más peso en las barras, más cansancio y más endorfinas. Eso.
...otra opción sería empezar terapia. Lo que pasa es que el trabajo de autoconvencimiento para encarar la cuestión (¡joder!, ¡otra cosa distinta!) me va a llevar un buen tiempo. Porque claro, arrimarse a la salida, en este caso, es ya salir del problema. Y yo, en un punto, estoy demasiado enamorada del problema.