viernes, noviembre 11, 2005

Sueños

Hace unos meses le regalé a E un librito de Sylvia Plath. Esa tarde fuimos muy felices, primero almorzando en Lelé y después paseando por el Jardín Japonés (entre paréntesis, de hoy al lunes, expo de orquídeas-fantasía). Volvimos cansados. Baño y a leer a la cama.

Fascinado con su chiche nuevo no lo soltaba un segundo. La edición incluía una cronología donde se describían las últimas horas de la sufriente rubia: les llevó a sus hijos sendos jarritos de leche caliente y pan con manteca; luego se encerró en la cocina, abrió la llave del gas y la puerta del horno, y adiós, esto ha sido todo. Aun estaba tibia cuando la encontraron.

Aunque yo ya conocía la anécdota, recordarla no dejó de perturbarme. Pobre Sylvia. Logré sacárselo de las manos y busqué algunos poemas, indagando más en mi memoria que en el libro. Encontré uno de mis favoritos, “The rival”, y lo leí en voz alta. Es increíble que incluso traducido sea increíble. Te amamos, Sylvia. Particularmente, daría muchas cosas de esas que siempre considero tan importantes, por la oportunidad de consolarte.

Una semana después nos sorprendió la noche discutiendo y luego de algunos malentendidos, volví a mi casa sola, con pensamientos horribles. Confío en que el Dios de las muchachas tristes no me dejará reventar... Se me ocurrió llamar a mis amigos, pero la verdad es que no tenía ganas de ver a nadie. Me saqué los lentes y a la cama, sorpresivamente exhausta. Muchas veces me pasa eso cuando estoy triste: se me cierran los ojos, se me apaga el sistema, supongo que para evadirme.

Me dormí de inmediato y soñé con Ted Hughes. En medio de una pelea horrible, yo le reprochaba su actitud para con Sylvia. ¿Por qué la había traicionado? ¿Cómo había podido ser tan cruel e insensible? Él me respondía que yo no era quién ni para juzgarlo ni para incriminarlo porque precisamente conmigo la había engañado. Enloquecí y salí corriendo desesperada. Corría y corría como Forrest hasta que me atropellaba un auto.

Me despertó el ruido de la bocina, que poco a poco se fue transformando en otro: el de mi celular. Era E. ¿Estabas dormida? –me preguntó. Contesté que no, que sólo descansaba. ¿Por qué le mentí? Me sentía culpable, culpable de haberlos traicionado a él y a Sylvia.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

la moraleja seria que lo bueno de tener un amor es que no reventas, como le paso a silvia y a tantas otras marilyn?

ocultoenelsilencio dijo...

La vida es un calco de la traición, no nos escandalicemos tanto (un poquito, nomás). Beso.

Sé que no es lo mismo que la rugosidad de un papel, pero pueden descargar Tres mujeres de Sylvia desde acá:
http://www.katarsis-net.com.ar/downloads/plath.sylvia-tres.mujeres.zip

Ev dijo...

Tratemos de no buscar moralejas porque preguntale. En cuanto a la traición, me gusta únicamente la de Rita Hayworth. Por suerte ésta que cuento acá sólo ocurría en sueños. De todos modos, nada de lo anterior supone que me escandalizo. He vivido bastante como para eso. Besos para los dos y gracias por la data, compañero sin rostro, será opurtunamente aprovechada.

Anónimo dijo...

Pobre amor. Quisiera estar en el pasado y en tu sueño y mostrarte que... Pero estuve, no? Y sólo pregunté si dormías...
Ahora, en cambio, te espero con comida china todavía caliente y me quedo pensando en tus sueños tristes... no sabés cuánto te quiero.

Anónimo dijo...

la comida china se enfría amor...

Anónimo dijo...

Ted H. tenía razón, en el sueño. No hay moralejas, pero sí razones y culpas invertidas repentinamente. Esas son las culpas más equis, las que lanzamos al otro y nos vuelven en un ligero movimiento.
En el sueño, finalmente te suicidás como Sylvia P., dejándote atropellar por un automóvil (el otro), en una llamada.
Esto nos sugiere que tu propia interpretación del suicidio de la equis se basa en sus mismas culpas en relación a su matrimonio y sus hijos.

Anónimo dijo...

the prince and the princes exigen nuevas entradas.
distinguidamente suyos

Anónimo dijo...

es que, cuando se cuenta bien, es la vida que la copia al arte, y al sueño. Buen relato y buen sueño.
Yo, el 3 de febrero de 2002, soñé con Duhalde sentado en un cajón de verduras en un chino cerca de casa. Y yo le preguntaba: "¿Y, se divide el peronismo?".