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Estuve unas cuatro horas en su casa tomando mate y loreando. Mil temas pendientes. Como veníamos atrasadas de info, teníamos tanto que decir, que nos atragantábamos de palabras.
Me contó todo el parto con lujo de detalles. Escuché ese relato absorta, poniéndome cada vez más pálida. La interrumpía y le preguntaba. Ella me respondía con precisión y yo, al borde del desmayo la seguía interrogando. Su discurso sentimental fenomenológico ginecológico me trastornaba pero también me fascinaba. Parece que sufrís como si te arrancaran las tripas –que es de algún modo lo que pasa– pero que al mismo tiempo liberás una cantidad superlativa de endorfinas. Parece que el embarazo es costi; que a pesar de toda la naturaleza desatada sin eufemismos ni diplomacias, parir es una experiencia costi; y que después, amamantar sigue siendo costi. Me vuelvo loca.
Mientras, León dormía en su cochecito al lado nuestro, acompañado de un perro naranja que la Pipi le pone para que se sienta ajustadito como en el útero. Yo lo miraba sin poder creer su contundencia. Ese piojo con melena salió de adentro de mi amiga y ahora le come los pezones; la reconoce cual mamífero por el olor y se pone feliz cuando lo agarra. León me dejó muda: un solo movimiento de su minipatita alcanzó para terminar con la verborragia.
1 comentario:
Veo que nadie se hace cargo de la vida que surge, al menos no escriturariamente. Y a mí también me genera ansiedad: ¿me hago de un tiempito en la alocada agenda del finde y voy a ver a mi sobrina putativa nacida hace cuatro días? ¿O mejor espero una semanita más? A veces me parece que no tiene mucho sentido entrar en tratativas con un bebé, a menos que uno lo haga con método y responsabilidad, características que a veces me escasean un poco.
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